Puertas que se cierran solas, pasos pequeños, ambientes “cargados” y fantasmas de niños asechan a quienes trabajan todos los días en el organismo.
Algunos prenden sahumerios, otros descreen, pero la gran mayoría prefiere retirarse en horarios diurnos para evitar la soledad de los pasillos pasado el atardecer.
“Estaba sentado frente a mi computadora trabajando y al voltear mi cabeza veo parada a pocos metros observándome, a una niña de no más de 6 años con el cabello atado y un vestido tipo Ingalls. Quedé perplejo, pero fue un segundo y desapareció”, cuenta un trabajador que prefiere mantener su anonimato.
Pero todo tiene explicación, para aquellos que no saben, este edificio, en realidad toda la manzana, supo ser un orfanato de niños allá por el 1800.
Buenos Aires, finales de siglo XIX
En el marco de una sociedad llena de contradicciones se veía, a la “Atenas del Plata” de la élite sociocultural y económica de finales de siglo, por un lado, y a un paisaje diametralmente opuesto en las afueras de la ciudad, por el otro.
Un centro que comenzó a parecerse a las grandes ciudades europeas, con magníficas construcciones de estilo francés o renacentista italiano, algunos incipientes barrios de clase media y un mundo extramuros donde pocas calles tenían empedrado, había quintas, tambos, hornos de ladrillos y viviendas humildes de familias inmigrantes muy aisladas que se alternaban con los burdeles suburbanos.
Ese diagrama metropolitano se comenzó a complejizar con la aparición de la epidemia de la fiebre amarilla y la brutal guerra del Paraguay. Buenos Aires debió enfrentar un problema adicional, la presencia de menores abandonados, producto de familias desestructuradas por estos flagelos.
Los niños deambulaban por las calles reducidos a un estado de mendicidad, lo que generó gran preocupación en esa ordenada sociedad.
Así fue como, con un criterio de ordenamiento social, la sociedad de beneficencia y el estado tomaron un rol activo y se propusieron “rescatar” a los menores que hoy conoceríamos como “niños en situación la calle”, de los peligros que supuestamente les esperaban si permanecían haciendo uso y abuso de una “libertad” sin los límites, que les podía imponer una familia “normalmente constituida” y la escuela.
Frente a la proliferación de familias desmembradas, el camino encontrado fue la creación de institutos de distintas características, desde la escuela agrícola al “reformatorio”, pasando por aquellos como el que describiremos.
En el arrabalero barrio de Balvanera
Hacia el año 1871, en este estado de situación se constituyó un asilo de niñas en una escuela a cargo de la sociedad de Beneficencia en la calle Bartolomé Mitre y Pasteur y un instituto de varones en la vieja residencia de Guido en las calles Alsina y Ceballos arrendado por el gobierno de la provincia.
En la misma época, el gobierno comenzó la construcción de un edifico especial para huérfanos en la calle México. Dos años después, el gobernador propone a la sociedad pagar la manutención de estas casas a cambio de que la Sociedad de Beneficencia terminara la obra con los fondos que el estado le había otorgado en la pandemia. Así fue como terminada la obra, niños y niñas fueron enviados al nuevo edificio con la condición de la Sociedad de Beneficencia de que solo se admitieran varones menores de doce años.
El terreno elegido, zona de puro arrabal y descampado, estaba en el barrio de Balvanera, ocupando la manzana comprendida por las calles Saavedra y México y las avenidas Jujuy e Independencia, que perteneciera a Adolfo Van Praet, uno de los directores del primer ferrocarril y padre de la presidenta de la Sociedad de Beneficencia.
El traslado de los huérfanos fue complicado dado lo inaccesible del terreno. Según los dichos de Meyer Arana: “… una pesada lluvia que había caído desde la noche previa (…)no impidió a las inspectoras intentar el viaje hacia el orfanato, para llegar debían cruzar calles casi impasables, enormes pantanos y verdaderas lagunas”
Y agrego: “Sin embargo Dolores Pacheco y la Sra. Lavalle salieron para entretener a los huérfanos de la fiebre amarilla. El viaje fue terrible y penoso, la buena voluntad y la habilidad del conductor no pudieron evitar atascarse en el barro y tuvo que pedir varias veces ayuda para desencajar la berlina”.
La educación como herramienta
Este asilo sería una de las varias instituciones que dependían de la Sociedad de Beneficencia; modelo en su tipo por la cantidad de internados, la eficiente formación en distintos oficios y la novedosa inclusión de escuela para ciegos. La enseñanza de las técnicas de Braille formaba parte de la preparación de estos menores, aunque paralelamente se les enseñaba la escritura común, como lo demuestran algunos archivos.
En el Asilo se impartían cinco grados de enseñanza elemental para niños y niñas por separado, que rendían examen ante representantes del Consejo Escolar que eran detallados exhaustivamente en los informes. También se desarrollaban talleres muy actualizados para la época.
Hacia 1900 se encontraban en funcionamiento talleres de Alumbrado, Herrería y mecánica, Carpintería, Zapatería, Imprenta, Galvanoplastía, Fotografía y Sastrería.
Se destacaba el oficio de panadería que proveía para las necesidades internas y por la calle Independencia comercializaba para todas las instituciones asistenciales oficiales y al barrio.
La documentación gráfica fue otro producto del trabajo realizado por los alumnos del taller de fotografía, entre los que se destacan los de carácter científico realizados sobre preparados anatomopatológicos, intervenciones quirúrgicas, enfermedades, etc., por encargo de los hospitales públicos de la ciudad.
Las memorias de la Sociedad de Beneficencia muestran claramente las diferencias en la enseñanza práctica y las tareas que desarrollaban los internos: los varones asistían a las clases en los talleres ya mencionados, de acuerdo con los avances tecnológicos de la época, en tanto las niñas recibían clases de religión, realizaban labores en el taller de costura y en la ropería, cosiendo, planchando y ordenando las prendas.
En las primeras décadas del siglo la ciudad de Buenos Aires contaba, gracias a la participación de las mujeres, con uno de los sistemas de beneficencia más florecientes del mundo.
Paralelamente los internos tenían una importante educación musical. Llegaron a formar una banda integrada por cincuenta y dos alumnos que era invitada a participar de varias celebraciones oficiales. Por ejemplo, en los aniversarios de Rivadavia, fundador de la Sociedad de Beneficencia, los integrantes de la banda marchaban al son de la música hasta la plaza de Miserere, a siete cuadras del asilo. También participaron en algunos de los actos oficiales del estado.
En 1874 se fundó el Batallón Maipú, integrado por los huérfanos como una posible solución al raquitismo y debilidad que se observaba en los muchachos.
Hacia fines de siglo, los internos recibían instrucción militar de un jefe del ejército, el teniente coronel Ratto. Se hacían maniobras y simulacros de combate en los terrenos descampados, por entonces abundantes en las proximidades del asilo.
Los niños usaban uniformes de soldado confeccionados íntegramente en la sastrería de la institución. En 1908 aún existía el batallón, aunque había perdido su importancia y era entrenado por los alumnos mayores que decían que dicho cuerpo de soldados:“solo cumplía una función puramente educativa y no cuartelera».
Durante los períodos vacacionales, los internos eran enviados en tandas a la estancia “La Porfía” de General Madariaga.
El edificio, mapa de una historia
En la parte norte de la manzana se encontraban las instalaciones mismas del asilo con aulas de la escuela primaria, cuya entrada era por la calle México 2650. Se ingresaba al lugar a través de un zaguán que conducía a un gran patio octogonal con galerías sostenidos por columnas que coronaban una fuente construida en mármol de carrara.
A la derecha, de espaldas a la calle México, se erigía la infaltable capilla cuyo púlpito, tallado por finos ebanistas italianos, era una réplica exacta de la que se encuentra en la Parroquia de San Cristóbal. Atravesando el octógono, se sucedían las habitaciones, patios y galerías hasta un predio abierto con una gruta dedicada a la Inmaculada Concepción.
En el cruce de México y Jujuy se hallaba el hogar de tránsito que ocupaban los jóvenes mayores de dieciséis años ya egresados, a los que se les daba almuerzo y cena hasta que conseguían estabilidad laboral y lograban independizarse. En el ala sur, Saavedra 749, una placa de bronce mencionaba a las damas de la Sociedad de Beneficencia de la Capital.
Roberto Garabaglia –quien fuera interno en el establecimiento hacia el año 1938– afirmó que por aquella época los internos superaban los mil, distribuidos en salas de aproximadamente 70 pupilos cada una. El rector y solo una docena de celadores completaban el escaso personal.
En 1948, desaparece el asilo y comenzó a funcionar en el lugar una Escuela Fábrica, antecedente de las que luego se denominarían escuelas industriales. En México y Jujuy luego funcionó un hogar materno infantil que finalmente fue demolido hacia 1980, conjuntamente con las ya viejas y derruidas instalaciones del que fuera considerado el famoso Asilo de Huérfanos, toda una institución histórica de Balvanera.
En la actualidad, el predio está ocupado por la plaza José María Velazco Ibarra, la Escuela Primaria, “Dr. Guillermo Correa”, y la Escuela Técnica N° 25, “Tte. 1° de Artillería Fray Luis Beltrán” dependientes del Gobierno de la Ciudad, y el Instituto Nacional de Educación Técnica, INET.
Dicen que el presente nunca es solo eso, especialmente en lugares que ya fueron habitados. Aunque hoy en día el INET es un edificio vívido, lleno de movimiento, actividad, e historias nuevas, dicen que las paredes son cajas de resonancia de la historia, y al parecer, esos niños y niñas que le dieron origen a esta manzana de la ciudad, a este edificio educativo, aún vibran en nuestros pasillos.